jueves, 21 de abril de 2011

Primeras impresiones


A penas hace unas horas que he regresado de nuestra aventura familiar y no he podido resistir el impulso de dejar unas pocas palabras antes de desgranar los detalles de este viaje.  Aunque algunas partes de mí, como en otras ocasiones, sentían cierta pena por el final de esta experiencia que fue tan soñada, otra miraba con gratitud el que la vida siga por el camino de las comodidades. Y sobre esto debo escribir largo y tendido pues cada viaje al Camino da un regalo y este, entre otros muchos, regala reflexiones sobre necesidades, comodidades y lujos. Porque una ducha caliente, una cama confortable, una comida que se haga notar son lujos que pasan con nosotros tiempo y que nosotros obviamos. Como lujo es el silencio en la tarde o la compañía de la gente, según el caso, o el apoyo de alguien con sus palabras, aunque sea este un completo desconocido. ¿La comodidad es un lujo? ¿Podemos prescindir de la necesaria comodidad? ¿Por qué se hace tan atractivo pasar unos días distanciado de la comodidad, de lo familiar y hacer frente a la mejor de las mojaduras como una estupenda propuesta de fin de semana? Cierto es que cuando tenía 18 años dormir en el suelo era una aventura que disputaba a cualquier incauto que me quisiera privar de ella; o que a los 25 años dormir a orillas del mar en lugar de un albergue era algo recurrente pero que había que compensar con mejores camas cada poco… Ahora con 35 años dormir es un lujo y más desde que Alan nació y la profundidad del sueño un bien mayor sin el cual andar 25 kilómetros puede volverse más arduo que lo que la memoria recuerda, por eso, sobre este particular, aún tengo mucho sobre lo que pensar.  

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