jueves, 12 de mayo de 2011

De Sarria a Portomarin

Salimos del albergue a eso de las 8:30 habiendo comido algo y bien abrigados porque había niebla y por tanto un poco de humedad. Alan, su padre y yo nos pusimos gorro y un forro polar fino y el impermeable. La salida de Sarria comienza con un ascenso que, sino fuera por la belleza del paisaje se haría más cuesta arriba de lo que es. Resultaba un poco agobiante el elevadísímo numero de personas que ese día caminaba con nosotros. Yo que siempre había evitado el Camino Francés por la afluencia de gente y la vida me había llevado a experimentarlo en unas fechas saturadas: la Semana Santa. Para Alan era algo emocionante, pues le fascinan las personas y lucha con todas sus energías por no quedarse dormido. Yo a él no lo podía ver, por llevarlo a mis espaldas, pero le sentía pues se estiraba hacia un lado u otro y un peso descompensado se hace notar pronto a la espalda. Ya cuando acabamos de subir ese monte la niebla comenzó a disiparse para dar paso a un brillante sol. Como ahora el camino está salpicado de albergues privados a este río de peregrinos se iban sumando, como afluentes, grupos humanos que iniciaban su andadura un poco más tarde. Todo el que nos veía con un niño a la espalda quedaba gratamente sorprendido, y muchos fueron los que creyeron que llevaba un muñeco. A las dos horas y aprovechando que el sol comenzaba a ser intenso, paramos en un prado para que Alan estirara las piernas, pues le encanta estar de pie y para darle el pecho. El tiempo pasó volando, sin darnos cuenta casi una hora en ese remanso de paz, a la vera de un camino por el que no paraba de pasar gente. Pero la mejor parada fue la siguiente, en Mercadoiro, antes de llegar a la altura del albergue hay un lugar de descanso que fue un oasis, sólo le faltaba tener una fuente. Un horno antiguo techado con dos bancos corridos espera al peregrino para darle pie a una parada. Allí aprovechamos para comer un poco. La verdad es que hoy por hoy se puede comer en muchos puntos de este recorrido. No es que haya un lugar cada dos metros pero si por lo menos unos 4 sitios para comer. La peor parte fue el final cuando el calor se hizo implacable. Con la Ergobaby el niño iba bien protegido, pues con su pequeño cobertor de cabeza el sol no representaba un peligro y transpira bien por lo que él iba divinamente. No se podía decir lo mismo de mí. Yo que soy muy blanca y que el calor lo tolero mal pues fui sintiendo como mi termostato llegaba a su tope. No había muchas sombras a esas horas del día, ni lugar donde descansar, ni fuente donde beber. Al fin estábamos en el puente, largo, muy largo para ese calor. Al acabar de cruzarle Boris me preguntó donde estaba el alojamiento pues había dos opciones: subir unas escaleras empinadísimas o una cuesta. Pero lo que yo no podía hacer era pensar bajo ese sol, así que subimos las escaleras. Al acabar de subir y alcanzar una sombra, comencé a sentirme mareada. Por suerte fue algo progresivo y sacamos a Alan de la ergobaby y me senté. Boris fue a buscar agua y un acuarius y solo tras beber y sentirme un poco recuperada continuamos camino del albergue privado Manuel; un oasis de agradable frescor y limpio. Aquella noche nos tocaba poder dormir sin ser molestados. Sus cómodas camas fueron un bálsamo tras el atracón de calor. De Portomarin hablaré más tarde

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